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Convertirse en bruja es un despertar, un recordar, una iniciación. Es un cántico que entona un mantra —«Vuelve a casa, vuelve a casa, vuelve a casa»—, porque incluso cuando crees que estás perdida, no lo estás. Además de estudiar los cristales, el tarot y la astrología y de conocer los solsticios y las lunas llenas, las brujas de hoy en día también integran hechizos modernos y magiak en sus vidas cotidianas. Y lo hacen porque en este momento navegamos por un océano cultural y político incierto y, por lo tanto, anhelamos establecer una conexión más profunda con algo mayor que nosotras. Y, para muchas mujeres en particular, el arte de la brujería es una forma de reclamar esa naturaleza divina y de explorar un camino que nos empuja a encontrar un vínculo con el mundo natural y a descubrir de qué forma nos afecta.